A menudo, cuando queremos insultar la inteligencia de alguien solemos aludir de algún modo a su falta de cerebro.
Sin embargo, quizás después de leer este estudio deberíamos cambiar nuestro modo de ver la inteligencia, ya que si la definimos como la capacidad de llevar a cabo un aprendizaje concreto, nos daremos cuenta que la intervención de este órgano es totalmente prescindible.
Al menos eso es lo que defiende un grupo de científicos, procedentes de las Universidades de Toulouse y Bruselas, que acaban de publicar un estudio en el que explican cómo han comprobado la capacidad de un hongo mucilaginoso para aprender a evitar sustancias irritantes. Y todo eso sin la presencia de sistema nervioso ni nada que se le parezca.
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¿Qué sabemos del hongo que ha realizado la hazaña?
Physarum polycephalum es un hongo mucilaginoso, también conocido como “moho de muchas cabezas“, que crece en zonas sombrías, frescas y húmedas, como los troncos en descomposición.
Se suele alimentar de esporas de hongos, bacterias y otros microbios y, en ocasiones, para llegar hasta ellos es capaz de desplazarse muy lentamente con ayuda de los movimientos de contracción y relajación de una capa membranosa formada por filamentos de actina.
Physarum polycephalum, el moho que puede aprender
Al ser un buen organismo modelo, capaz de organizarse de forma ordenada cuando las condiciones lo requieren, de un modo similar a como lo hacen las amebas, estos investigadores decidieron realizar con él lo que se conoce como estudios de aversión, para comprobar si era capaz de cambiar su comportamiento ante la exposición a una serie de estímulos repetidos.
Esto, por ejemplo, se hace a menudo en humanos para tratar sus fobias, ya que si nos ponemos en contacto muchas veces con el origen de nuestros miedos lo pasaremos muy mal, pero puede que finalmente nos acabemos acostumbrando.
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Suena descabellado pensar que este organismo, sin nada parecido a un sistema nervioso pudiese aprender de estas experiencias del mismo modo que lo hacemos los humanos, pero los resultados demostraron que no podemos dar nada por supuesto.
¿En qué consistió el experimento?
Para la realización del experimento, estos científicos cultivaron el hongo en una de placa de Petri, junto a la que colocaron otra en la que depositaron alimento. A continuación, dispusieron entre ambas placas un puente de agar, que es una sustancia gelatinosa procedente de las algas que se usa a menudo como medio de cultivo en microbiología.
Para llegar hasta el alimento el moho sólo tenía que cruzar el puente, pero los investigadores no se lo pusieron fácil, ya que colocaron quinina y cafeína sobre él. A la concentración a la que se encontraban estas sustancias no podían producir ningún daño al hongo, pero sí que resultaban amargas y le causaban rechazo, por lo que la primera vez que trató de cruzar el puente tardó casi tres horas, por tener que esquivar los obstáculos colocados.
Sin embargo, cuando se le hizo repetir la operación, poco a poco comenzó a hacerlo más deprisa, ya que había “aprendido” que ninguno de los dos compuestos le resultaba perjudicial y que, por lo tanto, no valía la pena esquivarlos.
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Por lo tanto, parece ser que el proceso de aprendizaje es mucho más antiguo de lo que creemos y que ya se encontraba presente mucho antes de que aparecieran los primeros organismos con sistemas nerviosos. Y aún así hoy en día algunos seres de magnífica inteligencia y sistemas nerviosos perfectos son incapaces de aprender. ¡Hay que ver lo caprichosa que es la naturaleza!
Foto placas: Swagger | Foto hongo: Flickr
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